Tal y como lo habíamos anunciado, el martes 30, tempranito,
arrancamos la expedición hacia tierra Ona, no sin algunos contratiempos que
surgieron a horas de la partida, incluyendo una caída brusca pero sin mayor
gravedad que la que pueden significar un par de moretones, varios raspones y
algunas heridas internas, dolores todos que fueron convenientemente mitigados
con una batería de Actrones plus-ultra-recargados, tal como nos aconsejó la
página web “eldoctorencasa.com.bel” a la que recurrimos para no gastar en
consultas médicas, más allá de que uno de los pinchazos que sentía el amigo
José indicaba que una costilla podría estar amenazando un pulmón. Nos aferramos
sin demasiados argumentos al potencial “podría” y le metimos para adelante,
total, pulmones tiene dos. Y no solo eso, también las máquinas amagaron con
frustrarnos la salida, una de ellas, la de quien esto escribe, comenzó a perder
aceite por uno de los barrales, por lo que visitamos la pagina web
“mimotolaarregloyo.com.col” y, según los síntomas, inferimos (no estaban muy
claras las especificaciones) que el desperfecto no era de gravedad, total,
barrales tiene dos. También a escasos días de salir, un cajero automático me
retuvo la tarjeta de débito, y como el señor link me inhabilitó cualquier maniobra
on line, y me prometió que me daría un nuevo plástico pasados los diez días
hábiles (que en diciembre fueron bien pocos), no me quedó más remedio que pedir
plata prestada al sitio “otraveztebancoyo.ari.el” para solventar las minucias
del recorrido. Pero eso no es todo, amigos, porque cuando apenas llevábamos
recorridos unos 400 km, la moto del compañero comenzó a largar un raro humito
del motor que primero no quisimos mirar, porque no sabíamos que hacer con él,
pero que al poco rato debimos inevitablemente atender, porque el humo se había
convertido en una humareda digna de atención. La primera conclusión fue, “se
cagó el motor”, por lo que nos sentamos debajo de unos álamos a la entrada de
General Conesa, a esperar que se enfriara el candente aparato para después
meterle mano, que para nosotros esto se limita a medirle el aceite. En concreto
el nivel del viscoso líquido estaba dentro de los paramentos normales (normales
a vuelo de pájaro, porque las motitos vinieron sin ningún tipo de manual), así
que ahí se nos quemaron los papeles en cuanto a revisión y detección de
problemas. Si tiene aceite, metámosle, dijimos, total, que le puede pasar, si
estos bichos funcionan a aceite y nafta. Cuando quisimos reanudar la marcha
saltó el inconveniente: el encendido eléctrico no funcionaba, por lo que
colegimos que de ahí salía el humillo. El problema lo solucionamos fácil: empujando
la moto. Y así lo hicimos una decena de veces, es decir en cada parada en
estaciones de servicio. Pero la “suerte” no duró mucho, porque unos kilómetros
más adelante, en la gris Sierra Grande, en una de las tantas paradas, del
motor, de la misma moto, comenzó a salir a chorros un líquido negro que no nos
llevó mucho tiempo descifrar de qué se trataba: aceite (nunca vi nada tan
parecido a un perro meando). La única solución técnica que se nos pasó por la
cabeza, después de ensayar un par de puteadas en su mayoría a Zanella y
MotoZuni (que nos vendió los bólidos), fue preguntarle a un playero por un
taller, en lo posible de motos. “Siiii, llamalo al ‘Beto’”, nos propuso un
viejito que no pudimos descifrar qué función cumplía en la estación después de
estar varados ahí más de dos horas, tiempo en el que nos contó parte de su
vida, principalmente su experiencia como minero en los socavones de hierro que
ahora explotan los chinitos. (Ahhh cómo no se nos ocurrió llamar al “Beto”,
dijimos, sin tener ni pajolera idea de quién es el “Beto”). Ya munidos del
numerito de teléfono nos comunicamos con el ignoto mecánico, quien nos dijo “en
media horita estoy ahí”. Y efectivamente, en un poco más de ese tiempo, el
hombre apareció y con su ojo clínico y un pase de chamán diagnosticó “rotura de
reten, sin vuelta de hoja”. Nos miramos con el Jóse y dijimos, “cagamos” eso
suena a “hayquedesarmarelmotor”. Lo cierto es que llevamos la máquina hasta el
taller del “Beto”, y en poco menos de dos horas la tuvo lista, improvisando
soluciones con algunos repuestos de otras motos y con un poco de maña de
autodidacta, todo eso mientras nos contó su vida, su experiencia como cantante
de música melódica, de su pasión por el charango (por ahora en etapa de
aprendiz), de pescador, de padre de nueve hijos, y de corredor de motocicleta,
entre otras cositas. La verdad, un capo el “Beto”, nos sacó de un apuro y nos
cobró re barato, a pesar de haberle cagado el almuerzo y la siesta. Así,
después de cuatro largas y angustiantes horas en Sierra Grande, partimos
nuevamente hacia el sur, teniendo como primer destino Puerto Madryn. El viento
que sopló esa tarde nos hizo flamear hasta las más firmes convicciones (que no
son muchas). La verdad que fuimos literalmente con las motos recostadas porque
las ráfagas eran, no quiero exagerar, de
la gran puta. A media tarde decidimos hacer noche en Rawson, a donde llegamos
tiritando de frío y con las primeras gotas mojando nuestras a esa altura
doloridas humanidades. En una estación de servicio nos dejaron armar la carpa
debajo de un estacionamiento, y para festejar el fin de año, compramos una
docena de empanadas (media de jyq y media de poio) y una cerveza descartable,
de todo lo cual dimos cuenta minutos después de las 21, para luego irse cada
uno a su carpa (en mi caso carpita) a dormir y esperar el nuevo año.
martes, 13 de enero de 2015
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