Dos amigos decidimos animarnos a la locura. Con casi nada, salvo una enorme ilusión y muchas ganas, resolvimos que era ahora o nunca el momento de concretar nuestro sueño: recorrer el continente americano en moto. Ahí vamos.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Despedida

Amigos, llegó la hora de la despedida. Me toca a mí escribir las últimas líneas de esta locura que empezó como un delirio entre las nubes del alcohol y se fue transformando acaso en el viaje más increíble, el más profundo de nuestras vidas. Sin duda somos otros; los mismos, pero bien distintos. Un amigo mexicano nos dijo que aún no nos caían los veinte de lo que habíamos hecho, que pasaría tiempo hasta que poco a poco fuéramos dimensionando todo lo que habíamos vivido, todo lo que nos habían dejado los 20 mil kilómetros recorridos de sur a norte, las más de cinco veces que cruzamos la cordillera de los Andes en un sentido o en otro, los impresionantes paisajes que nos rodearon, las decenas personas maravillosas que conocimos en el camino. Tenía razón. Y ahora que tocan estas palabras de despedida, no encuentro las más apropiadas para cerrar nuestros relatos.

Hace seis meses ni siquiera nosotros mismos estábamos seguros de que llegaríamos a destino. Habíamos aprendido a andar en moto apenas un tiempo antes, no nos habíamos trazado más que una línea imaginaria en un mapa impreso sin demasiados detalles, no sabíamos cuánto dinero necesitaríamos ni si la indumentaria que llevábamos era la adecuada. Todo lo fuimos aprendiendo sobre la marcha; incluso hasta qué punto podíamos desafiar a nuestra paciencia. Pero llegamos. Y llegamos a uno de los países más bellos, a una tierra generosa, con gente amable y paisajes increíbles. México es, sin duda, el mejor cierre que podíamos imaginar para un viaje como el nuestro.

La vuelta al Distrito Federal nos puso ante la realidad de que éstos eran los últimos días que nos quedaban de nuestra aventura y nos propusimos exprimir cada gota de sudor que hiciera falta para disfrutar de la inmensa riqueza de esta tierra. Caminamos a lo peludo caliente, fuimos en todas las direcciones por debajo y por encima de la ciudad en su impresionante red de metro, entramos a cuanto museo pudimos y buscamos como sedientos los murales del genial Diego Rivera para tratar de entender un poco más de la cultura y la historia mexicana.
Fuimos a la casa que compartieron él y Frida Kahlo en el hermoso barrio de Coyoacán, a pocos metros de la casa de Trotsky, viajamos hasta Teotihuacán, donde llegamos exhaustos a la cumbre de la pirámide del sol, subimos a la de la luna y nos quedamos maravillados con ese despliegue arquitectónico fenomenal y sus impresionantes esculturas de serpientes emplumadas.
Navegamos por las aguas de Xochimilco, la Venecia mexicana, en la que siguen intactas las islas (chinapas) que durante centenares de años fueron construyendo y ampliando desde los mexicas hasta nuestros días y entre las cuales se puede navegar en las trajineras, unas embarcaciones sencillas pero decoradas increíblemente impulsadas con una vara por un diestro piloto que se desentiende de uno mientras esquiva otras tantas trajineras, unas con parejas solitarias buscando un remanso para dar rienda suelta a su amor, grupetes de amigos celebrando cuanto se pueda imaginar, o simples turistas que, como nosotros, tienen los ojos desbodrados por tanto despliegue de colores.
Entre una trajinera y otra circulan marichis ofreciendo sus canciones para los más diversas ocasiones, barquitas con comida típica, kioscos flotantes y hasta fotógrafos con su equipo a la espera de inmortalizar un beso, un brindis o una sonrisa en ese lugar encantador.
Habíamos llegado a México buscando historia y no íbamos a irnos sin visitar el que es tal vez, uno de los museos más grandes del mundo por su tamaño y su colección de objetos: el Museo de Antropología e Historia de México.
Cuando contamos que lo recorrimos en un solo día, los mexicanos nos miraban con los ojos como el dos de oro. Nadie en su sano juicio lo haría en menos de tres o cuatro jornadas. Porque es inmenso, pero sobre todo porque es tanta la cantidad de cosas para ver que uno no puede creer que no se haya vaciado el territorio para exponer allí todo eso. Y lo increíble es que allí apenas se exhibe una mínima parte de lo que se puede encontrar en todo el país. Esculturas de todo tipo y tamaño, cerámicas más altas que una persona y más chicas que un dedal, códices mayas, restos de embarcaciones, de collares, de cascos, pecheras, tumbas, piedras de sacrificio... en fin, imposible de detallar.
Y el famoso calendario azteca, que ahí vinimos a saber que no es ningún calendario sino otra cosa que no entendimos muy bien, pero que es igualmente maravillosa. Impactados por todo, pero especialmente cuando nos sentamos ante esta colosal escultura, empezamos a tomar conciencia de que venía el momento en que nos separábamos, el momento en el que las palabras estaban de más porque a esta altura de lo compartido nos podíamos entender con apenas un gesto, el momento en el que decir algo tal vez enturbiara la magia de los momentos cuyos recuerdos empezaban a fluir de a uno y tomados de la mano por nuestras memorias.
Llegaba el momoento del abrazo, de la despedida. Sabíamos que cuando uno de los dos partiera, algo de todo esto concluía. Lo que empezó como una locura tejida entre dos, terminaría cuando uno de nosotros ya no estuviera y las complicidades se diluyeran entre las frías palabras de un mail.

De modo que también aquí se termina esta historia, la de este blog que nos tuvo hermanados con tanta gente amiga, tanta compañía a cada paso, a cada kilómetro recorrido. Sepan que siempre estuvieron allí y que si estas crónicas sirvieron a algún sueño, a despeñar algún impulso por las barrancas del entusiasmo, si logró empollar lo que siempre parece una locura hasta que se empieza a acometerla, pues entonces, queridos amigos, estaremos sintiendo la mayor de las satisfacciones, pues el único contagio que merece festejo acaso sea el de perseguir un sueño.

Nosotros, por nuestra parte, encontramos respuestas a preguntas que no sabíamos. Encontramos historia, encontramos paisajes, encontramos aventuras y desventuras, nos encontramos a nosotros mismos, pero sobre todo, encontramos gente linda. Eso, por sí solo, ya merece lo que hicimos.

Hasta pronto, amigos, hasta pronto.


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jueves, 2 de septiembre de 2010

otra vez en el pago chico

Y como todo tiene un final, al menos para mí este viaje que duró poco más de seis meses llegó a su fin. Desde el 20 de agosto estoy en mi país, en mi ciudad, en mi casa, en mi baño y en mi colchón. Desgraciadamente también estoy en mi trabajo (chiste). El viaje de vuelta me llevó poco más de 9 horas. El de ida, 180 días. Pero mamma mía!!! Que 180 días. La vuelta, a que negarlo, fue linda, porque me reencontré con muchos amigos muuuuy interesados en que desgrane los detalles de la aventura. Pero lo más grato fue el reencuentro con la familia, con mis hermanos y sobre todo con mis once sobrinos. Obviamente con mi vieja que me recibió con mi comida favorita humeando en la cocina. Ah, que grato es volver, aunque me hubiera gustado tener la suerte de mi compañero que el primero de septiembre tomó su avión rumbo a El Cairo, donde seguramente lo esperará Marita con su comida favorita humeando en la cocina.
El que salió a recibirme también fue el fresco clima. Pasar de los más de 40 del caribe a los menos de 5 en la ventosa pampa no es moco de pavo. Gracias al cielo los abundantes abrazos cariñosos mitigan todos los fríos de este mundo. Debo aclarar que no me gustó la bienvenida que me propinó “Chiquito” Gutiérrez, mi perro. El muy juna gran siete me desconoció e incluso se atrevió a gruñirme en la cara; quiero pensar que estaba reprochándome el prolongado abandono, y no el inesperado regreso.
Hace poco más de una semana que estoy en Santa Rosa, y en estos días he comido más asados que todos los comidos durante seis meses, que fueron dos. También he contado las mismas anécdotas decenas de veces, pero muy contento de poder hacerlo, porque es compartir lo vivido con los que hubieran querido hacer lo mismo y por diferentes razones no pueden. Aunque quiero decir que a partir de lo que les cuento, no pocos se están decidiendo a por lo menos ir al Machu Pichu en avión o en micro.
En estos días concurrí a un programa de televisión en Canal 3 y me han invitado a otros de radios, compromisos asumidos que pretendo cumplir, porque esos programas y esos periodistas amigos no han hecho otra cosa todo este tiempo que apoyarnos y difundir lo que estábamos haciendo.
No pensé que nuestra aventura loca pudiera sembrar tanto interés de gente desconocida. “¿Vos sos el del viaje en moto que sale en los diarios?”, fue la pregunta que ignotas personas me hicieron en distintos lugares, para luego felicitarme por el logro. Obviamente yo disfruto del privilegio de la “fama”, cosa que no podrá hacer Ramiro cuando vuelva, porque yo habré cosechado ya todos los frutos de ese reconocimiento jajajajajaja. (Bah, triste consuelo de tonto y de envidioso por no poder seguir de vacaciones como él).
Otra de las cosas que me piden conocidos y no tanto es que no dilapidemos tanta aventura y tantos lugares recorridos y plasmemos todo en un libro, cosa que no esta en nuestras mentes perversas, pero que no descartamos de plano. El tiempo dirá. Leer más...

viernes, 20 de agosto de 2010

Buceando en las aguas de Xel-há

Estábamos convencidos que, después de ese día en Tulúm, ya nada podría impactarnos como entonces. Sin embargo, por esas vueltas que tiene la vida, nuestra amiga nos tenía preparada una sorpresa que nunca hubiéramos conocido si no hubiese sido por ella. Nos habríamos perdido uno de los lugares fascinantes con que cuenta este hermoso país: un parque ecoturístico a orillas del Caribe y con un río interior de una belleza indescriptible. Es privado y forma parte de una trilogía de parques que fundó un arquitecto mexicano de apellido Quintana, de esos tipos ante cuya genialidad y visión no queda otra que sacarse el sombrero. Porque cuando a diario se sabe de tanto millonario cabrón que dilapida fortunas en las cuestiones más mezquinas, saber que hay tipos como éste que decidió generar toda una infraestructura para poder contemplar una de las maravillas naturales más impresionantes del mundo, y que además lo hace con un criterio de aportar al desarrollo económico y cultural de los pueblos de alrededor, construyendo escuelas y centros de salud, becando a los hijos de sus trabajadores para que estudien, cuando el Estado brilla por su ausencia, entonces uno simplemente debe reconocerle su gesto y agradecer su aporte.
El parque se llama Xel-Há (ya verán un link en nuestro blog en agradecimiento a la gentileza de invitarnos a conocerlo) y combina un paisaje selvático con las aguas turquesas y esmeraldas de su río interior y sus cenotes. Allí se pueden hacer desde caminatas guiadas por la selva, navegar en gomones por el río hasta desembocar en una caleta, hacer snorkeling (algo en lo que ya adquirimos cierta destreza después de tragar unos cuantos litros de agua salada) para quedar maravillado con los peces multicolores que a centenares nadan alrededor de los corales y caracoles gigantes. También se puede comer hasta que la panza quede tirante en tres restaurantes con una oferta culinaria inabarcable.
Todo eso lo incluye la entrada al parque (transporte interno en bici o trencito, las comidas a tenedor libre cuantas veces se quiera, el equipo de snorkel, protectores solares biodegradables y hasta toallas limpias en varios puntos, como para secarse cuando uno le de la gana). Aparte de eso, hay algunas actividades acuáticas fascinantes: bucear con escafandras para encontrarse y poder acariciar mantarrayas tan mansas que se acercan y se dejan tocar sin inmutarse, sumergirse con equipo de buceo por debajo de un cenote (una formación geológica que, según dicen, se da únicamente en Yucatán) a tres metros de profundidad, y nadar con manatíes, esos animales míticos que viven en la desembocadura de los ríos de aguas cálidas y que increíblemente llegaron a confundirlos con sirenas y que son tan grandes como tiernos. De las tres, hicimos sin pasar papelones las dos primeras; la última estaba restringida pero sí pudimos darles de comer y acariciar los manatíes cuya mansedumbre explica en gran medida que se encuentren en peligro grave de extinción.
Con la escafandra sumergiéndonos para nadar con las mantarrayas.
Dando de comer a los manatíes.

México espectacular

Aún impactados después de pasar un día entero en ese lugar, nuestra amiga nos preparaba otra sorpresa para la noche. A unos kilómetros de Xel-há, en otro de los parques creados por el arquitecto Quintana, el Xcaret, cada noche se pone en escena “México Espectacular”, un impresionante espectáculo de teatro, danza, luz y sonido en el que participan más de 300 artistas que entran y salen de escena durante casi dos horas representando la historia y la cultura de todo México.
Listos para bucear en un cenote.
Ya de por sí el lugar donde se hace es deslumbrante: un gigantesco campo de juego de pelota (uno de los deportes que practicaban los mayas) con tribunas alrededor que de pronto se oscurece para dejar que suenen los instrumentos de aquella cultura legendaria tocados en vivo. Cuando se encienden algunas luces uno queda directamente maravillado y boquiabierto. No volveremos a subir la mandíbula hasta varios minutos después de que termine el espectáculo. Desde un juego de pelota en vivo, como se jugaba entonces, con un balón de goma y pegándole con la cadera (sí, con la cadera) para embocarlo en unos aros verticales a los costados de la cancha (y se puede, créanlo), pasando por una recreación de la vida de los mayas y su interrupción con la conquista -el momento sin duda más intenso del show, que directamente eriza la piel-, la época de la colonia y más tarde la de la independencia, el espectáculo repasa la historia mexicana con un despliegue de actores, músicos, indumentaria, juegos de luces descomunal y perfectamente sincronizado, sin fisuras.
La gente estalla cuando empiezan a representarse las diversas culturas del país con su música, su vestimenta: mariachis por aquí, charros por allá, cada rincón del país aparece y los aludidos estallan en gritos y ovaciones. No falta el “¡Viva México cabrones!”, ése grito lleno de dignidad que aún hoy se escucha en cada festejo por la independencia o la revolución en esta tierra hermosa y maltratada, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. Y a uno le sale de las tripas un “¡Viva!” que se une y se funde con la de los centenares que a esa altura estamos más que emocionados.
Ni tan siquiera como reproche, pero sí con un dejo de tristeza, nos quedamos con las ganas de alguna alusión en el espectáculo a la revolución mexicana, que no aparece; una pena, por lo que significa como gesta histórica para quienes habitan esta tierra, por lo que significa como faro de dignidad para quienes no la habitamos pero la sentimos nuestra, y también porque, sin dudas, turísticamente seguramente tendría como valor agregado si se quiere. Por lo demás, y salvo algún detalle menor en la calidad de sonido, un espectáculo impecable y emotivo.
Esta foto, un poco descolgada, es de Isla Mujeres, otro de los lugares preciosos que nos hizo conocer nuestra amiga.


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