Dos amigos decidimos animarnos a la locura. Con casi nada, salvo una enorme ilusión y muchas ganas, resolvimos que era ahora o nunca el momento de concretar nuestro sueño: recorrer el continente americano en moto. Ahí vamos.

martes, 13 de enero de 2015

Ruta 40

Y si señores y señoras, amigos y amiguitas, tal lo esperado, ansiado y programado, después de dejar la isla (el 7 de enero), pusimos proa hacia el norte para remontar el final del continente, la inhóspita Patagonia, pasando una vez más por Río Gallegos (donde intenté comprar un buzo porque la única campera que llevaba me la olvidé en Ushuaia, pero no hubo caso, en el Carrefur al que fuimos solo tenían ropa para chicos, así que a remerita limpia –o no tanto- le encaré el fresco sur argentino) hasta arribar, como primera etapa, a La Esperanza. En total ese día recorrimos 400 km, 110 de ripio. Durante esa jornada el viento no fue una cosa que nos complicara la existencia, y como todo el viaje de ida por la Ruta 3 lo habíamos tenido en contra (literalmente en contra), pensamos que en la remontada lo íbamos a tener “acariciándonos” las espaldas. Pero las caricias se convirtieron en verdaderas cachetadas al segundo día, cuando camino a El Calafate nos castigó duro y parejo los 280 km hasta el glaciar Perito Moreno. A El Calafate llegamos al mediodía y lo primero que se divisa desde la mera entrada al pueblo es el aparatoso hotel de la presi, y para no herir susceptibilidades o levantar sospechas, preferimos no alojarnos allí y sí levantar la carpa debajo de una planta muy parecida a un tamarisco, a unos 50 km del glaciar. Pero eso de armar campamento fue a la vuelta de ver el hielito que, para qué les voy a contar, tienen que ir. Es de una “magnificencia” (esa fue la palabra del día de José, que usó cada vez que tuvo que describir el glaciar) que apabulla. Realmente nos quedamos con la boca abierta, más aún después de escuchar el atronador sonido cuando rompe y caen inmensos pedazos de hielo al lago (Argentino). El mirador del glaciar está a 70 km de El Calafate y el camino para llegar hasta ahí es hermoso. La entrada al parque cuesta 80 pesos y se llega hasta un amplio playón donde estacionan los vehículos. De allí salen combis gratis hasta las pasarelas, que recorren el bosque y el frente del cubito. La inmensa pared de hielo (de unos 50 metros de alto) se puede ver desde una distancia no mayor a los cien metros. Obviamente todos están (y nosotros no íbamos a ser la excepción) con el dedo en el gatillo de las cámara esperando ver caer un cacho de esa mole (obviamente, también, cae cuando uno esta pelotudeando mirando otra cosa y se pierde la foto).

Ahí estuvimos un par de horas y al regreso encontramos, unos 20 km antes de El Calafate, un lugarcito debajo de un puente con un par de frondosas plantas. Allí nomás metimos las motos, armamos el toldo y como veníamos con un frío acumulado de varios días, encendimos una fogata con el ramerío que a lo bizcacha recolectamos por los alrededores. Para comer solo teníamos media bandeja de fiambre que nos había sobrado del almuerzo y un poco de pan. “Que bueno sería tomarse una cervecita”, dije, por decir algo nomás, de puro aburrido. Y sin pensarlo demasiado, José se ofreció para recorrer 40 kilómetros y buscar un par de botellas de ese líquido vital. Y no solo eso, sino que apareció con más fiambrito y otras vituallas. Esa noche nos dimos un festín que ni siquiera el nauseabundo olor podrido que largaba un perro muerto pudo empañarnos la jornada.
Al otro día, y después de pasar un frío contundente en la carpita, nos pusimos en marcha rumbo a Gobernador Gregores, a 300 km,  85 de ellos de ripio, viento y muchas puteadas (tardamos poco mas de tres horas en cruzarlo). Los mapas mas nuevos, incluso los que aparecen en Internet, están desactualizados, porque muchos tramos que aparecen como ripio ya están asfaltados, de hecho los 160 que figuran de tierra, en realidad son actualmente 85 entre Tres Lagos y Gob. Gregores. Este pueblo, amigos, está en el medio del paisaje patagónico y es barrido cada día con unos vientos de la gran siete. A nosotros nos llamó la atención cuando llegamos que casi no nos podíamos mantener en pié por las fuertes ráfagas, pero por lo que nos comentó un playero, ese día estaba lindo, “feo es cuando sopla viento”, dijo.
En Gob. Gregores paramos en un camping municipal, totalmente gratis y donde nos pudimos dar una duchita con agua hirviendo. De ahí partimos rumbo la localidad de Perito Moreno, un tramo de 340 km todo de asfalto nuevo, pero con un viento hermanito, que para que te cuento!!. Yo la verdad que no entiendo nada. O nosotros tenemos mucha mala suerte o los brasileros que también recorren la Patagonia en moto tienen demasiada, porque no hubo jornada en que los ventarrones no nos despeinaran el flequillo, mientras que los verdeamarelos… como paseando, che.
En fin, amigos y amigas, lo que podemos decir a esta altura del recorrido (hoy escribo sentado en un cómodo salón de un camping municipal (10 pesitos per cápita) de Perito Moreno mientras José se fue a buscar unos churrascos pa’tirar al fuego), es que la Ruta 40 no es para cualquiera, y menos para cualquiera que quiera hacerla en moto, y menos para cualquiera que quiera hacerla en una moto sin amortiguación y con la rueda chanfleada. Pero hay cada paisaje! La pucha que vale la pena estar vivo! (esto lo grite para vos en la cima de un cerro en el medio de la nada, CC). Mañana, lunes 12, creo que es 12, saldremos rumbo a Gobernador Costa, a 350 km de este lugar y a unos 180 km de Esquel. Un dato que hay que tener en cuenta, por lo menos para los que vayan a aventurarse por estas pampas ventosas en moto, es tener la precaución de cargar un bidón de combustible, porque las estaciones de servicio están muy espaciadas y no siempre tienen nafta. No se pueden calcular las distancias en base a los consumos normales de los vehículos de dos ruedas, porque el viento es un factor determinante. Otro dato es que no por ser Patagonia la nafta esta barata. Si bien en las estaciones de servicio de YPY no supera los 9 pesos el troli, en las que están en los pueblitos o perdidas en la inmensidad, el precio sube hasta casi los 15 patacones. Y como no queda otra que cargar ahí, hay que agachar la cerviz y ponerse como un duque.


Y así, entre vientos que sacan de quicio, interminables llanuras que invitan a la mansa contemplación, montañas grises y resecas adornadas con pequeños matojos chatos y algún que otro puñado de blancas margaritas que crecen hermosas desafiando la crudeza del clima; entre glaciares eternos y fértiles valles; entre indómitos guanacos y elegantes avestruces, leales mascotas por estas tierras de doña soledad, fuimos día tras día abonando con entusiasmo y entre risas la rara flor de la amistad. 

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