Obviamente en los caminos que unen a una ciudad con otra y de los que ya hemos hablado bastante, nos hemos encontrado con paisajes estupendos, interminables cadenas de cerros que si bien desde la distancia parecen todas iguales, a medida que nuestro ávido ojo se aproxima y comienza a vislumbrar los detalles se encuentra con una variedad increíble de colores que realmente uno no se explica cómo cuernos pueden existir tantas diferencias de composisión estando unos pegados a otros. Así, un cerro de intenso color amarillo se intercala entre otro verdoso y un tercero color ladrillo, y al pie de ellos, casi siempre, un cauce que en el mejor de los casos arrastra con distinta intensidad un chorro de agua cristalina.
Pero no todo es montañoso en la impactante Bolivia (impactante desde el punto de vista paisajístico), porque dejando atrás los cerros se abren planicies también multicolores, verdes de interminables pastizales, amarillo pálido de resecos minidesiertos, blancos intensos de infinitos salares y vívidos celestes de inesperadas lagunas, donde nuestros mismos ambiciosos ojos viajeros no alcanzan a discernir a qué distancia la tierra se une irremediablemente al cielo.
Todos esos deslumbrantes paisajes y muchos otros disfrutamos en nuestro largo recorrido por Bolivia. Ya contamos de nuestra grata estadía en Oruro, donde participamos, como simples espectadores, de un emotivo acto del MAS (en esa ciudad y en el homónimo Departamento finalmente el partido de Evo hizo una excelente elección arrebatándole el gobierno a la oposición) y también de nuestra inolvidable experiencia en Potosí y la angustiante caminata por el interior de las venas abiertas del esquilmado Cerro Rico (aunque ya no tanto).
Los caminos luego nos arrastraron a la histórica y colonial ciudad de Sucre, uno de los lugares habitados que más nos ha gustado en esta maratónica recorrida por el suelo boliviano. En Sucre, antigüa sede de la Real Audiencia de Charcas y del poderoso Arzobispado, recorrimos varios museos (siempre y cuando el precio de la visita no excediera los 10 bolivianos) e iglesias, que las hay y muchas, teniendo en cuenta que desde la primera mitad del 1600 el poder regional de la Iglesia se concentró en Chuquisaca, actual nombre del Departamento cuya capital es, justamente, Sucre.
Sucre nació, creció y tomó vital importancia debido a su cercanía con los principales centros mineros de la región, pero fundamentalmente porque los conquistadores instalaron allí los fundamentales organismos gubernativos y sus imponentes residencias particulares, motivo por el cual es también significativa la riqueza cultural de esta ciudad.
Además de las innumerables iglesias de todos los tamaños y formas que uno se pueda imaginar, Sucre cuenta con enormes monumentos, edificios públicos y, aunque parezca mentira, un par de Arcos del Triunfo en escala reducida, un obelisco, no tan bajo, y hasta una diminuta Torre Eiffel que no vacilamos en trepar, pensando que quizá nunca podamos hacerlo en la metálica torre parisina.
Como nuestro arribo a Sucre fue unos días previos al acto electoral, nos encontramos, como ya nos había pasado en todas las ciudades y pueblos que recorrimos anteriormente, con un nutrido movimiento proselitista de las distintas fuerzas políticas. Si bien a esta altura estábamos un tanto hartos de tanta propaganda y poca importancia le prestábamos a los discursos, pasacalles y carteles, uno de estos últimos no dejó de llamarnos poderosamente la atención cuando lo divisamos flameando en la altura de una columna de alumbrado. Debido a que en un primer momento y a simple vista no creímos lo que veíamos, con los ojos achinados fuimos arrimándonos hasta comprobar que verdaderamente "La Falange" -así se denomina la fuerza política en cuestión-, desde la negrura de sus afiches convocaba a los bolivianos a votar no sólo por la "Moral", sino también por "Dios", la "Patria" y el "Hogar". !!!Mammma mmía¡¡¡Como en cada rincón de Bolivia, también en la bonita Sucre nos topamos con una "abuela" de nuestras máquinas; en este caso una Jawa del tiempo de ñaupa, tuneada al mejor estilo guerrero con una blanca estrella pintada en los laterales del verde tanque de nafta. Ya que estábamos, le sacamos una foto, cosa que no repetiremos porque sino tendríamos que dedicar todo el blog a colgar fotos "jaweras".
Además de los impresionantes edificios, iglesias y monumentos, Sucre gratamente nos sorprendió por la belleza de sus espacios públicos, deliciosamente ornamentados y cuidados por un ejército de mujeres que culo para arriba están todo el tiempo perfeccionando los innumerables canteros y manteniendo a raya el verde césped. Sucre no parece una ciudad boliviana si tomamos en cuenta lo que veníamos viendo en nuestro largo viaje por el país, ya sea por el orden de sus parques y plazas o porque aún perdura en sus angostas calles y vistosas residencias un cuidado estilo colonial que otras ciudades (como Potosí, por ejemplo) no se tiene en cuenta en lo más mínimo, a pesar de ser éste uno de los motivos por el que turistas de todo el mundo arriban cada día del año.
Uno de los sitios dignos de ser visitados en Sucre es la Casa de la Libertad, instalada en un viejísimo edificio universitario de los jesuitas y por cuyas aulas pasaron las figuras más relevantes de la política y la cultura Boliviana. Pero lo más significativo es que en su salón principal (al cual le sacamos una foto a pesar de no haber pagado los 15 bolivianos que nos pedían por apretar el gatillo, no por vivos, sino porque nos pareció un abuso que nos cobraran la entrada y aparte pretendieran hacer lo mismo por llevar una cámara), se declaró la independencia en 1825.
El imponente edificio, que data del 1700, está estructurado en torno a una plaza central en cuyo centro una fuente testigo de mejores y revolucionarios tiempos continúa humedeciendo su base con una serie de chorritos de agua que caen de una superficie superior. A los cuatro costados una galería adornada con arcadas contínuas hace de antesala de los distintos espacios en los que se ha distribuido el museo. Así, una las paredes de una de las enormes salas esta revestida con cuadros de los numerosos presidentes (electos y de facto) que ha tenido Bolivia a lo largo de su historia, incluido el mismísimo Evo Morales (que, esta es una opinión personal, no está muy bien pintado que digamos).
En otra sala y protegidos solamente por un cordón bastante carcomido por el tiempo, se exhiben distintos trajes y vestidos que se usaban en tiempos de la colonia, incluidas las peinetas y otros accesorios personales de damas y caballeros de la época.
Junto a este espacio, otro guarda en un cofre de vidrio y como un tesoro invaluable la bandera de Belgrano, que no es como la actual insignia argentina, sino que tiene los colores invertidos. Esa misma sala atesora espadas, cuchillos y pecheras metalicas que usaban los ejércitos de antaño.
El salón central es sencillamente impactante. Se trata de un gran rectángulo donde a cada lado hay, a distinta altura, filas de sillas de madera tallada que terminan en un altar con una gran mesa y unos sillones que impresionan. El salón es igualito a las fotos que el entrañable Billiken traía en su edición dedicada a las fiestas patrias. Sobre la maciza puerta de ingreso, un palco color oro (y suponemos que debe ser oro nomás) engalana el majestuoso salón que es ilumunado por un par de relucientes arañas de cristal. Amigo, si va a Sucre, visite este lugar (además es la ciudad con más lindas pibas de Bolivia).