Viajar por el interior de México es una experiencia sencillamente cautivante. Todo desborda de los límites a los que uno tiene acostumbrados los sentidos: los colores, los olores, los acentos y hasta los idiomas, las lluvias y los ríos, el absurdo, la generosidad… Así salimos de Palenque, una tarde de aguacero que parecía llevárselo todo a su paso y que, sin embargo, después de unas horas, el cielo se apiadó de la tierra mientras nosotros esperábamos, carcomidos por la curiosidad, el ómnibus que nos llevaría a nuestro siguiente destino: Tulúm y Playa del Carmen, sobre el Caribe mexicano.
Y es que, a esta altura del partido, habíamos resuelto que nuestra economía no soportaba actitudes desprendidas y por lo tanto debíamos encontrar las opciones más baratas para seguir nuestro camino. Y las encontramos. Claro que lo barato, se sabe, supone bancarse las consecuencias. En tren de laucherío, compramos unos pasajes que salían menos de la mitad que los de empresas conocidas para recorrer las 13 horas de viaje que nos esperaban hasta Playa del Carmen, sin clima (aire acondicionado) y sin baño (dos paradas eran la única posibilidad deshacerse de lo que el cuerpo decidiera). A la hora de salida, los anuncios con megáfonos convocaban a pasajeros con destinos siempre diferentes que el nuestro. Mientras veíamos partir los colectivos, poco a poco fuimos tomando dimensión de lo que nos esperaba en el medio día siguiente. Después de dos horas y 45 minutos de retraso, finalmente se anunció la partida de nuestro ómnibus que estaba, tal vez como estrategia de márketing, a la vuelta de la esquina, donde no podía ser visto por sus futuros ocupantes. Modelo 65 o 70 a golpe de vista. De esos que se ven en las películas norteamericanas recorriendo las tórridas rutas de los EEUU. Pintado con brocha gorda en las partes que no estaban oxidadas. “Patria o muerte”, dijimos y al apoyar el pie sobre el primer escalón, notamos que éste se hundía unos cuantos centímetros vencido más por el óxido y el olvido que por el peso.
El tapizado, como es de imaginar, no estaba en mejores condiciones, aunque los asientos, para no ser injustos, no eran menos incómodos que los que habíamos tenido que soportar en el servicio “de primera” que nos había transportado por el doble de precio desde el DF a Palenque. Sorprendentemente el motor arrancó al primer giro de la llave. Unos minutos después, un desconcertante grrrrrrrrgktprrrrrrrrrrrkpt sonó en alguna parte cuando el chofer quiso meter primera. Nos miramos y, sin decirlo, sabíamos que ninguno esperaba que esta unidad llegara a buen puerto. El ruido se repetía en cada cambio de marcha, pero parecía que el carromato igual andaba y nadie esperaba que no fuera así. Pero a la hora de viaje, más o menos, después de una dudosa parada, nos informaron que debíamos pasarnos a otro micro. Un modelo 80 u 85, le calculamos, que obviamente ya traía pasajeros de no sabemos dónde, por lo que debíamos acomodarnos en los lugares que encontrásemos. Marcelo, como Lucky Luke más rápido que su sombra, encontró las últimas dos butacas vacías juntas y allí nos apoltronamos sin intención de movernos. Para nuestro asombro, el micro tenía clima. Un alegrón. Sólo que el chofer tenía el termostato jodido y se empecinaba en convertir el ómnibus en un transporte refrigerado. Veníamos de un colectivo sin aire, por lo que nadie pensó en abrigos. Las 11 horas restantes, acalambrados de enroscarnos sobre nosotros mismos, tratamos de dormir algo, pero era un intento en vano.
A las siete de la mañana estábamos sobre la ruta que une tres de los balnearios más famosos de México: Tulúm, Playa del Carmen y Cancún. Entre los primeros dos nos hospedaría una buena amiga, a la que veríamos recién a la tarde. Así que ya en la terminal de Playa, con los ojos como el dos de oro, resolvimos que era un buen momento para darnos un lujito, apenas un descanso, una licencia de bacanes en lo que es uno de los lugares más bellos que hemos visto: Playa del Carmen (claro, aún no habíamos descubierto Tulúm).


Los mayas no eran ningunos bobos
Ya de nochecita nos encontramos con nuestra amiga que nos había ofrecido alojamiento por dos días, pero al final nos terminó soportando casi cinco. La única condición, nos dijo, es que hiciéramos un asado que es, al final de cuentas, lo que más se extraña después de la familia y los amigos. Cumplimos, comimos, tomamos y nos reímos e hicimos reír con las anécdotas de nuestra pequeña Odisea y así nos ganamos nuestro reconfortante alojamiento con agua caliente y buena gente incluidos.
Descartado ya como destino Chichén Itzá, una de las principales ciudades del imperio maya, por cuestiones de agenda y de presupuesto, no queríamos dejar de conocer una de las ciudades emblemáticas de esa cultura: su puerto más famoso y que deslumbró a los españoles cuando la vieron por primera vez, allí coqueta y majestuosa sobre un acantilado que mira uno de los mares más bellos del planeta. Las ruinas de Tulúm, pequeñas en comparación con otras como Palenque o Tikal, son no obstante, de una belleza arrolladora. Y es que si ya habíamos constatado que cada emplazamiento elegido por los mayas era en lugares espléndidos, en medio de selvas imponentes y a orillas de ríos que no podían ser vistos más que como mágicos, el caso de Tulúm nos llevó a la conclusión, nada científica por cierto, y hasta se diría vulgar, que los mayas no eran ningunos bobos para elegir dónde vivir.







Nada nos iba a sacar de allí hasta que no nos hubiéramos hartado de tanta hermosura. Buscamos la primera palmera que nos prodigara una sombra gratuita, miramos a los costados como marcando territorio y allí nomás, sin mediar mayor dilación, dejamos nuestras cosas y corrimos como chiquilines al agua. Tal vez a la hora, cuando ya la piel no encontraba tejido para arrugarse más, salimos por primera vez, pero sólo por un rato porque quién puede resistirse a un mar así en el que, encima, el agua no está ni tan fresca como para no animarse ni tan caliente como para que dé lo mismo estar afuera que adentro; lo justo, bah. Estábamos extasiados.

impresionante.....! sigan con el misterio nomás de lo que les paso a la entrada de méxico...que paso? los violaron?
ResponderEliminarpero si los violaron, deben haber tenido un buen pretexto...
abrazo,
lalo
Solo un palabra: Envidia.
ResponderEliminarSaludos
Fabián
esa una alegria verlos en su viaje y ademas comentarle s que el 8 y 9 de Octubre lanzamos el JAWAFEST 2010, evento que reunira una increible cantidad de jawas de latinoamerica, y otros fierros mas de todos los tipos y gustos, rock en vivo, zorras y todo lo que desea un motociclista, buee...nos encataria tenerlos por aca para sas fechas, pero me parece que uts van mas al norte bo?,..reciban un fuerte abrazo fraterno bye
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