Sí, sí, sí, ya lo sabemos, venimos re-contra atrasados con las crónicas de viaje (que, dicho sea de paso, debemos informarles, queridos amigos, han sido seleccionadas por una página de viajes europea entre las mejores de blogs de viajes. Así serán las otras). Lo cierto es que ya estamos en México, que es el punto final de esta loca aventura. Pero para llegar hasta aquí, primero debimos atravesar varios mini países, entre ellos Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala. En realidad todo lo que aquí contemos de estos hermosos lugares no es más que un escaso y vidrioso reflejo de lo que verdaderamente son, porque a decir de verdad, por esas rutas pasamos raudamente, ya que no sólo nos apremiaba el tiempo, sino que en la deshilachada bolsa antes escasa de billetes ahora apenas tintineaban unas vagas monedas.
A todos esos países los atravesamos en seis días. Y en esa casi semana nos esquilmaron en cada cruce fronterizo, a un promedio de entre 25 y 30 dólares per cápita, algo que no nos esperábamos y que nos cayó como balde de agua fría (por no decir otra cosa). Obviamente haber cruzado América Central sin apenas pestañar, con extenuantes jornadas de manejo, servirá para que algún desprevenido, de esos que nunca faltan, nos digan “uhhh, ¿cómo es que pasaron por Guatemala y no fueron a tal lugar?”. Aclaramos que si bien nos hemos fortalecido mentalmente para soportar este tipo de comentarios, que tildaremos lisa y llanamente de mala leche y pendencieros, no aseguramos evitar perder el control y arremeter sin miramientos verbal y físicamente contra quien ose hacerlo.
Esa semana durante la que no hicimos otra cosa que pasar horas y horas con las nalgas aplastadas en los ajados asientos de nuestras máquinas, alcanzamos a ver como quien mira postes de luz en una carretera sin fin, algunas de las bellezas de nuestra querida tierra. Así, no podremos nunca dejar de mencionar lo precioso que nos pareció el paisaje que rodea a la costarricense ciudad de San Isidro, con cerros repletos de verde follaje y casas de todos los tipos y colores, estampadas en las laderas pronunciadas por las que se dibuja una vía azul destemplado de la carretera hacia el Pacífico. Tal fue la buena impresión que nos dejó el lugar que no dudamos en coincidir en que ese “sería mucho más que un buen lugar para vivir”.
El viaje por estos países pequeños pero hermosos, nos llevó, como ya decíamos, mucho tiempo. Tiempo en el cual uno no deja de pensar, porque eso es precisamente lo que permite (u obliga) la soledad de la moto. Y si bien el pensar no es un inconveniente, a veces se torna un inconveniente lo que se piensa (sea porque genera angustia o porque genera ansiedades. También otras cositas).
Otra cuestión es que Centroamérica lloró desconsolada nuestra presencia cada uno de los días en los que tuvo el placer de prodigarnos su amparo. Por lo que terminar cada jornada con los trapos hechos una miseria se convirtió en el pan (húmedo) de todos los santos días.



Si bien en Guatemala pretendíamos hacer base en Tikal, para admirar el complejo arqueológico Maya, no pudimos darnos el gusto porque implicaba desviarnos tremendamente de la ruta más directa a la frontera mexicana; aunque aún hoy, ya cómodamente instalados en el país azteca, no renunciamos a la idea de caernos por allí, teniendo en cuenta que andaremos por lugares no tan alejados. Sí gastamos caucho por las empedradas calles de la colonial ciudad de Antigua, una bellísima población no muy distante de la capital guatemalteca. No está de más decir que, fiel al programa austero obligatoriamente auto impuesto, no permanecimos allí más que el tiempo que nos llevó sacar un par de fotos, admirar algunas viejísimas construcciones y evitar por todos los medios posibles estrolarnos con alguno de los innumerables automovilistas que inundan esas estrechas callecitas.
Allí, como en tantos lugares por los que hemos andado a lo largo de este viaje, todo está preparado para el turismo, pero no para el turismo lauchesco que practicamos nosotros, sino para el gringo y europeo; para ese turista al que poco le importa desenvainar la de cuero y pagar lo que haya que pagar, a veces sin siquiera mirar la cuenta, por una comida o una cama bien tendida.



En este descerebrado recorrido por cuatro países y medio en seis días, no abandonamos la práctica que venimos manteniendo desde que salimos de Bolivia: dormir en estaciones de servicio, cuarteles de bomberos y una que otra vez directamente al costado de la ruta al amparo de algún caserío ignoto.



La celeridad del viaje, sin embargo, no evitó que pudiéramos conocer gente macanuda, dispuesta a darnos una mano en todo cuanto pudieran, como el caso de dos recepcionistas de un hotel en Costa Rica, Gicela y Nancy, que nos dejaron conectarnos en el hall del edificio para actualizar el blog, o locos más locos que nosotros, como un japonés que desde hace cuatro años está dando vueltas por el mundo en bicicleta. Se llama Kokoro Ito, y ahí caímos en cuenta de que habíamos conocido finalmente a nuestro legendario Kokorito.

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